Eric Schmidt ha dibujado en Madrid, ante un pequeño grupo de empresarios y políticos, un planeta tecnológico entre imperfecto e idílico. Al otro lado del espejo de Alicia habrá en unos pocos años teléfonos inteligentes veinte veces más rápidos por solo veinte dólares, coches que no necesiten conductor, personas ultraconectadas asistidas por robots, que podrán estar en dos sitios mediante sistemas de “holopresencia” y 3D... Podremos “vernos” y “fotografiarnos” en cualquier escenario del mundo que se nos antoje, Maldivas o Kenia, "o las primeras elecciones de Corea del Norte".
Schmidt, presidente de Google, no se parece a los chicos del garaje y la contracultura que crearon la industria de los ordenadores en la década de los setenta. Llegó al evento Big Tent, que se celebraba por primera vez en España, con una camisa blanca, corbata azul y un traje oscuro de corte impecable a una reunión poco “geek” en la superficie, en la que apenas Javier Rodríguez Zapatero, presidente de Google España, se atrevió con una camisa sport. Se trataba de hablar de libertad de expresión en internet, y de futuro.
Futuro fue la primera palabra que pronunció Schmidt, el hombre que ha guiado los destinos de la multinacional durante una década, de 2001 a 2011, hasta que Larry Page, uno de los fundadores, se sintió preparado para tomar el relevo. Habló de un planeta dividido en un sistema de castas digitales, donde unos pocos afortunados tendrán acceso a robots y a la última tecnología. “Hay un pequeño grupo de privilegiados ultraconectados, educados en un buen colegio, que solo se encontrarán con los límites de la ciencia y la ética. Para ellos la ciencia-ficción se está haciendo realidad, desde la traducción automática a los coches sin conductor”.
Un segundo grupo usará tecnología básica en sus trabajos o en sus casas, con herramientas efectivas. Y en tercer lugar hay 5.000 millones de personas que aún no tienen acceso a internet.“La tecnología es un factor igualador, los que no tienen nada tendrán algo, pero la brecha entre los de arriba y los de abajo será más grande, no más pequeña”.
Eric Schmidt, de repente más filósofo que empresario, cree que “la tecnología no hace milagros, pero la conectividad sí cambia las vidas. Los gobiernos podrán predecir mejor una crisis porque tendrán más datos -dijo-, y los médicos una epidemia, porque los indicios parpadearán en su ordenador. Personas como Steve Jobs nos han servido de inspiración. El logro final será que la tecnología desaparezca: será tan cotidiana que estará en todas partes y en ninguna, como la electricidad. La gente tendrá más fe en la tecnología que en ninguna otra cosa”.
En ese retrato realizado por Schmidt durante su visita a España, el papel de “malo” lo tienen los Gobiernos. “Hay 40 países que censuran internet (60, según le corrigió Malén Aznárez, presidenta de Reporteros sin Fronteras), 25 de los 125 países donde está Google bloquean algunos de sus servicios. Los gobiernos van a seguir intentando controlar el acceso a la Red y la tecnología, pero no lo van a conseguir. La tecnología es como el agua, fluye, no hay censura hermética posible. Será cada vez más dificíl que los dictadores puedan esconderse”.
Fuente: Diario ABC
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