Este es el relato de un profesor de física que lleva 62 años dentro de la universidad, pues ya nació en una familia universitaria (de letras) y está rodeado de universitarios por todos los costados. No es una descripción con miles de datos. En la física sabemos, desde Tycho Brahe, que los datos a priori justifican elegir una hipótesis y su contraria. Hay datos, pero los datos deben analizarse para que adquieran utilidad.
Las sociedades se dividen en inclusivas, en las cuales toda la sociedad participa de la riqueza, e importa a las clases poderosas que todos dispongan de dinero; y extractivas, en las cuales las clases que tienen el poder prefieren que la sociedad sea pobre, mientras ellas extraen de esa sociedad hasta el tuétano, dejando disponible exclusivamente lo necesario para la supervivencia de los pecheros. Las sociedades extractivas rechazan de plano el conocimiento, mientras que son las inclusivas las que lo promocionan. En las sociedades extractivas interesa que la universidad sea lo más mediocre posible.
Una universidad de la cual salgan farmaceúticos que desarrollen nuevos medicamentos es una universidad de verdad. Una universidad de la cual salgan farmaceúticos cuyo unico interés es un título para ocupar la farmacia de un familiar que se jubile, es una universidad mediocre, y esto vale para farmacia, medicina, derecho, economicas y todas las ciencias positivas, e ingenierias. Podemos desarrollar nuevos productos, o podemos mover la maquina. Si tenemos una máquina que produce 10, y formamos universitarios para que la maquina siga produciedo 10, poco a poco iremos bajando de 10 a 9, a 8, ..., a 0. La universidad lo que debe es formar universitarios capaces de hacer maquinas que porduzcan 20, 30, 40, ...... Eso es una universidad de verdad.
La sociedad precisa de conocimientos de muchos tipos, pero si queremos avanzar, por ejemplo, de letrinas comunales a baños individuales, de curas de sanadores a medicina nuclear, necesitamos buscar los recovecos de la naturaleza. Para esta búsqueda es para lo que se establecieron las universidades.
De la historia del conocimiento se aprende que el descubrimiento de nuevas soluciones no depende del número de estudiantes que las buscan. Casi al revés: Cuando el número es alto, se suelen encontrar desarrollos de soluciones antiguas, y se suele aplastar cualquier iniciativa innovadora. Cuando el empleo depende del número de artículos publicados, es aconsejable elegir como tema de investigación algo ya casi hecho, mejor que embarcarse en la aventura sin garantías de buscar lo ignoto. Rinde buscar la mediocridad para garantizar una posicion en la segunda división, en vez de buscar ganar la copa de Europa.
Si se mide el resultado perseguido no por los descubrimientos nuevos que realicen los estudiantes universitarios, sino por el diploma de unos conocimientos estándar y unos avances incrementales y no radicales en lo que sabemos de la naturaleza (y una parte de ella, la sociedad), entonces es quizás útil medir el rendimiento de la inversión por el cociente número de diplomas/dinero invertido o número de diplomas/profesores: La ratio.
En este sentido podemos considerar otras universidades en el mundo, para comparar con las españolas. En Europa, dos universidades, o escuelas de muy alta cualificación tienen una ratio de alrededor de 4: La École Polytechnique y la École Normale de Paris. En los EEUU, las universidades que marcan la pauta tienen rationes de 4 a 8: Caltech, Stanford, MIT, Yale, con tamaños de alrededor de 6000 alumnos. Otras universidades elegidas por muchos estudiantes, de tamaños medios, tienen rationes de alrededor de 12. Las universidades americanas más grandes, de tamaños de entre 20.000 y 30.000 alumnos tienen rationes de alrededor de 18.
Las 70 universidades españolas tienen rationes en el entorno de 11. Pero hay una diferencia: En las universidades americanas de ratio 4, el porcentaje de admisión es de un 15%. En las de ratio 12, el porcentaje de admisiones es del 40% y sube al 60% en las de ratio 18. En España el porcentaje de admisiones es del 80%. Allí entran a estudiar los 'mejores', aquí el esfuerzo del profesor se diluye sin remedio.
En la época de Cisneros, cuando las universidades preparaban a los gestores de los estados para su profesión, el lenguaje común era el latín. Hoy día el lenguaje común es el inglés. En España los alumnos de entre 10 y 18 años han dado, cuando acceden a la universidad, 8 años de idioma inglés. Pues bien: En las ofertas de impartición de clases en inglés, en los años pasados, de 100 alumnos, 4 solicitaban esas clases.
Entre los profesores, y sin la menor pretensión de exhaustividad, ni de representatividad (mi caso puede ser una fluctuación excepcional en un conjunto completamente distinto) podemos decir que la proporción de aquellos que pueden impartir un curso completo en inglés puede ser de un 10%. De hecho hay muchos de nuestros políticos que, siendo catedráticos de universidad, no pueden interaccionar con sus colegas europeos o norteamericanos, o asiáticos, por sus problemas con la lengua común.
Hasta tal punto es esto así que desde los negociados de planes de estudio se sugiere que no se califiquen asignaturas como 'impartidas exclusivamente en inglés' si se quiere conseguir una matrícula razonable (para la administración universitaria).
Se habla de 'endogamia' en las universidades españolas, queriendo decir que los alumnos que han empezado en una de ellas acceden a un puesto fijo en la misma, y esto se considera mal, sin dar razones de la cualificación moral. Se dice que los tribunales de acceso a plazas fijas en las universidades los nombra la propia universidad para garantizar que la plaza se ocupe por el candidato de aquella.
Siendo ésto así, y siendo éste el sistema internacional, ¿cual es la razón de que ocurra y la razón por la cual se ve mal?
Crear un equipo de investigación es una labor penosa. Exige muchísimo tiempo, y la creación de confianza de unos con otros. Esto no es un problema si el equipo se disgrega pero puede seguir trabajando en universidades distintas. Ahora bien: En España los proyectos de investigación se conceden, en cierta medida, a las universidades, representadas por profesores, de manera que si los equipos se disgregan, es difícil conseguir que los proyectos sigan funcionando.
Adicionalmente existe el siguiente problema, que me ocurrió a mi personalmente: En un cierto momento se me ofreció, por el ministerio, montar un instituto de investigación lejos de Madrid. Dije que estaba dispuesto, pero que me tenía que llevar a mi equipo, pues lo que no podía era deshacer un trabajo de años. Ahí murió la propuesta. De manera que endogamia y la vida entera en Alcalá. El asunto es que el trabajo de unos años no se puede romper en unos días.
Los laboratorios en distintas universidades no son compatibles, y pocas universidades ofrecen incentivos para atraer profesores de fuera. Incentivos, laboratorios, equipos: Todo ésto exige dinero, una inversión rentable, pero que las universidades no saben, quieren o pueden cuantificar. Si los que pagan, que son los alumnos, no prefieren unas universidades u otras por la clase y calidad de la investigación, sino por la proximidad a su domicilio, y las agencias de financiación de la investigación no financian a equipos independientes de las universidades, el palo y la zanahoria fuerzan a que los profesores se queden en sus lugares de origen.
A ésto se añade la estructura social española. En nuestro país es muy difícil vender una casa, y los salarios son adecuados si trabajan los dos miembros de una pareja. Mudarse de universidad significa mudar a dos personas. Si mudar una es difícil, mudar a dos es imposible. La universidad se adapta a los esquemas sociales en donde esta integrada.
Fuente: Diario ABC
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